Por Miguel Baquero
Revista/fanzine «Vinalia Trippers», nº 12.
Varios autores.
117 páginas.
Incluye «Poemash» (50 páginas; varios autores; especial El Ángel)
Consecuente, sin duda, con su filosofía (¡bendita filosofía!) de revista/fanzine dedicada a la literatura (e ilustración) subterránea, el nuevo número de «Vinalia Trippers» se ocupa en esta ocasión de la «cultura quinqui» que emergió por estos pagos principalmente en los años ochenta. Una «subcultura» de raíz delictiva que alcanzó su máxima expresión en hitos cinematográficos como toda la serie de «Perros callejeros» y sus villanos/héroes que también lo fueron en la vida real: el Vaquilla, el Torete, el Pirri…; en películas como «Deprisa, deprisa», «Navajeros», la saga de «El pico», y asimismo en torno a un tipo de música aflamencada que hacían grupos como Los Chichos, Los Chunguitos o Los Calis. Una «infracultura», si se quiere, pero que acertó a convertirse en una expresión original e incluso en el reflejo de una época… y prueba de ello es que, seguramente, no hace falta que hable más, porque con solo dos menciones de las anteriores ya todo el mundo se habrá retrotraído a un lugar y un tiempo, ¿o no?: barrios de la periferia, colonias de casas baratas, descampados, coches quemados, cheiras, fuscos, supermirafioris a toda leche, la pestañí, el talego, y al fondo los poblados chabolísticos en los que pillar cotel…
Sobre todo aquello, pasado el tiempo, la heroína ya como un problema residual, vierten su mirada los autores participantes en este nuevo número de «Vinalia Trippers». Nadie piense —porque sin duda es de temer— que destilarán sobre los restos de todo aquello una melancolía barata o una ética ramplona sobre el perseguido, el sin salida, el pobre joven acorralado y «alegre bandolero —decía una canción de la época—, porque lo que robas repartes el dinero…». Nada de eso: los participantes en este número de la revista/fanzine tienen todos ellos la calidad literaria suficiente como para no edulcorar nuestros recuerdos a traición. Pero también para mirar las cosas, ya, con la debida calma. La mayor parte de los escritores que colaboran en este número pueden hablar de aquel tiempo de primera mano, como quienes fueron sirlados en él, como quienes asistieron al estreno de las películas dichas, o como quienes compartieron barrio y hasta los primeros petas con quienes después serían portada de periódicos. Hablan, pues, desde la verdad, pero no renuncian tampoco a esa cierta compasión (no confundir con baboseo) que el tiempo, unido al buen ejercicio de la literatura, impone sobre los personajes caídos. Alguno hay, sin embargo, pero esto también es literatura, como Jesús Palacios, que valientemente habla de la manera en que se alegraba, una a una, de las muertes por sobredosis o «por una bala perdida» de quienes pocos años antes le mangaban en el colegio «todo lo que tengas». Otros, como David González, hablan directamente desde su experiencia carcelaria, porque a él —sí, a él— le pillaron en un palo mal planeado; convertido en poeta, su libro «El demonio te coma las orejas» (espectacularmente reseñado por Eloy Fdez. Porta), expresión de su vivencia carcelaria, es hoy (y será siempre) un poemario a reivindicar.
Este nuevo número de «Vinalia Trippers» reúne asimismo ilustraciones de un buen número de artistas. La calidad de estos, unida a la de quienes escriben, sería bastante no sólo para recomendar, sino para conminar a quienes gusten de la literatura auténtica (pero auténtica de veras) que se produce (y lo que más conmueve: que se vive) a espaldas de los circuitos comerciales, a que se acerquen a este número 12.
Pero si todos los números de «Vinalia Trippers» rozan la excelencia, éste, al hilo de las drogas en que nos iniciaron los quinquis, incluye un suplemento especial dedicado a El Ángel que lo convierte en un verdadero… digámoslo de otra forma: en un puto acontecimiento literario.
El Ángel (Ángel Álvarez Caballero) fue un joven poeta y músico fallecido en 1994 a consecuencia de sus adicciones y autor de una obra escrita, «Los planos de la demolición», hoy inencontrable y verdadero objeto de culto dentro del «underground». Como homenaje a él, y como «separata» de este número, un grupo de poetas amigos y admiradores, con un prodigioso aliento poético (ora grito, ora susurro) componen un pequeño librito que si bien (ya sabemos cómo está la actualidad) no encontrará repercusión, es un sincero aliento de vida, de poesía auténtica, esa que, mientras las librerías se llenan de novedades, permanece palpitante en espera de esos pocos lectores genuinos comprometidos con la verdad y la belleza.