Las costuras de las letras leonesas
Las revistas culturales han cumplido, y lo siguen haciendo, una función clave en la exploración literaria
Emilio Gancedo, Filandón: Diario de León.
La historia se repite. Un grupo de enamorados de las letras, una serie de activistas de la prosa y el verso cuya avidez por explorar horizontes creativos no queda satisfecha ni por lecturas ni por escrituras que se alargan hasta la mitad de la noche, se reúnen para alumbrar un proyecto colectivo, gavilla de sueños y afanes cosida a mano, tirada con ciclostil o impresa a ritmo de fotocopiadora. Son las revistas literarias leonesas, verdaderos motores de la creatividad local, cuyos números contribuyeron a dar decisivos pasos adelante en la literatura en español, amén de servir como campo de batalla y rodaje para numerosos autores. Esto es particularmente cierto en las dos más conocidas e influyentes, Espadaña (1944-1950) y Claraboya (1963-1968), pero a su estela han visto la luz, ya en nuestros días, publicaciones y fanzines que se afanan, desde ópticas modernas, por difundir y fomentar la narración y la poesía, haciendo bueno el tópico de León como tierra fértil para la floración literaria.
Echar un vistazo a estos medios no siempre visibles ni valorados adquiere hoy todavía más sentido dada la reciente desaparición de quien formara parte del equipo fundador de Claraboya junto a José Antonio Llamas, Luis Mateo Díez y Ángel Fierro: el poeta Agustín Delgado, a quien hay que recordar —amén de por muchas otras cosas— por esa decidida labor impulsora, de hecho fue el verdadero ‘cerebro’ del equipo, creador del armazón intelectual del proyecto.
La primera de estas revistas clave del siglo XX fue Espadaña, alumbrada por Antonio González de Lama, Eugenio García de Nora y Victoriano Crémer en la siempre resistente y progresista Biblioteca Azcárate. El catedrático de Literatura de la Universidad de León y colaborador de este periódico José Enrique Martínez recuerda el «difícil momento histórico en que nació» —los duros años cuarenta de la posguerra—, coyuntura adversa en la que tuvo la audacia de «tender puentes a exiliados como Luis Cernuda o Pedro Salinas», dejando espacio incluso para «los muertos de la guerra, al publicar poemas de Federico García Lorca y Miguel Hernández, y a los poetas de alguna forma emparentados con ellos como Vallejo y Neruda». Además, resume el valor de la revista afirmando que «se abrió a la poesía europea de la época» y que «dio cabida a todas las generaciones españolas vivas, incluyendo la más joven», iniciando «una tendencia rehumanizadora del verso de la época para dejarlo a la entrada misma de la ‘poesía social’ o comprometida».
Claraboya nació diez años después, en 1963. «Las circunstancias eran ya muy otras —explica Martínez—. Y vista desde hoy podemos decir que hay que poner entre sus méritos la ruptura consciente con la poesía precedente, de carácter social-intimista, su afán renovador desde una ideología más lúcida, la apertura hacia la poesía extranjera de Hikmet, Brecht, etc., y hacia la poesía hispanoamericana y los poetas del 27, Cernuda sobre todo».
Pero, ¿y hoy? ¿Cuáles son los herederos de estos dos venerables vehículos de expresión cultural? Las ‘agitadoras’ actuales siguen fieles a la defensa de la libertad de expresión y al compromiso con la creación, pero difieren en cuanto a denominación, diseño, maquetación, ilustraciones... siempre en una línea muy contemporánea. Así, tenemos The Children’s Book of American Birds, la revista anual creada por el Club Cultural Leteo. Su presidente, Rafael Saravia, recuerda que la idea surgió a finales del 2004, poco después del otorgar el Premio Leteo a Fernando Arrabal. Al año siguiente salía el primer número. «El objetivo —cuenta— era dar cabida a una muestra mucho mayor de las literaturas que por uno u otro motivo no podíamos dar salida en nuestras colecciones de libros. Además, siempre fuimos sensibles a la importancia que han tenido las revistas literarias para descubrir voces y mostrar textos que de otra manera se perderían». «Para nosotros fue una manera de convocar a escritores e ilustradores de todo el panorama nacional en una muy cuidada publicación. De hecho, han participado en ella cerca de 500 autores, entre narradores, poetas e ilustradores», continúa Saravia.
El poeta leonés confiesa, eso sí, que la mayor dificultad «es la económica». «Apostamos por una revista-libro cosida, con lomo y a todo color para dar igual importancia a escritores que a ilustradores. También es complicada la coordinación a la hora de gestionar más de cuarenta colaboradores en cada número... son meses de trabajo». Además, señala que las anécdotas ocurren en cada número: «Hemos vivido las excentricidades exquisitas de Arrabal, la pulcritud de las mil y una correcciones de Gamoneda... pero también obtenido fieles seguidores bibliófilos que nos solicitan cada número nuevo que sale, como Luis Alberto de Cuenca. Compensa el trabajo recibir cientos de felicitaciones por un producto único en diseño y calidad. Eso no se paga con dinero... y todo aquello que el dinero no puede comprar nos interesa».
En cuanto al curioso nombre de la revista, Saravia destaca que vino «de la mano del hombre que dio formato a la revista, el diseñador Javier Arce, compañero del Club Leteo. Ese Libro infantil de los pájaros americanos existió de verdad en EEUU: era un libro con el que los niños de los años 50 aprendían a escribir redactando nombres de pájaros, un poco del estilo de nuestros cuadernos Rubio. Nos gustó la idea de ‘no dejar de aprender a escribir nunca’... además, este catálogo que hemos generado de rara avis nos seduce y nos enorgullece del todo».
‘Azul eléctrico’ y ‘Vinalia’
Otra de las revistas imprescindibles de León fue Azul Eléctrico-cultura subterránea, que nació en la primavera del 2005 (el último número aparecería en octubre de 2010) bajo el impulso de Julio César Álvarez (edición y dirección) y Diego Chamorro (diseño). Ambos dieron forma «a una revista puramente underground y visualmente profesional, una especie de híbrido entre fanzine y revista de alta calidad. En total creamos trece números con una amplia tirada, cartelería, fiestas con directos de grupos nacionales e internacionales, dj’s...», cuenta Álvarez. En Azul eléctrico se tocaron «temas muy abiertos y globales, serios y complejos, como la violencia, el malditismo o el futuro. Contenía cuatro grandes secciones: pensamiento, música, cine y literatura; y en ella colaboraron más de 40 personas, incluyendo gran parte de las firmas jóvenes locales más destacadas. Nuestra idea fue siempre que resultara gratuita para el lector y nunca modificamos eso. Y la decisión de crearla, la verdad, fue sobre todo visceral e impulsiva (si nos hubiéramos parado mucho a pensarlo probablemente no se hubiera hecho nunca). Tenía tanta pasión entre sus páginas que gustó a todo el mundo». La experiencia resultó tan intensa que incluso llevó a Álvarez, autor de la novela Eutelequia, «a redactar un estudio para el CSIC sobre la evolución de estas publicaciones en España».
Tampoco puede olvidarse otro clásico de este particular ‘kiosco’: Vinalia Trippers, nacido en 1996. Su fundador, Vicente Muñoz, recuerda que la idea original «fue la de editar un fanzine de relatos donde se diera cabida a cierto tipo de textos, cuentos breves en su mayoría, que por su incorrección política no solían encontrar hueco en otras revistas y suplementos de la época, pese a su indiscutible calidad». Hasta el 2002 editaron nueve números, otros tantos del suplemento Poemash y cinco libros de bolsillo, también organizaron dos encuentros de editores independientes y muchos otros eventos. Pero «igual que el vídeo mató a la estrella de la radio, Internet hirió de muerte a la estrella del zine», explica Muñoz. No obstante, tras un período «de hibernación», en 2007 editaron la antología de relato breve Tripulantes: Nuevas aventuras de Vinalia Trippers y en 2010 y 2011, Plan 9 del espacio exterior, dedicado a la ficción pulp, y Trippers from the Crypt, un homenaje a la mítica revista Tales from the Crypt.
Unos resisten, otros caen... ¿pero cómo les afectan los blogs y webs, la gran revolución de Internet? Todos estos jóvenes editores secundan las palabras de Vicente Muñoz: «Aun siendo un buen complemento y extensión para las revistas impresas, jamás serán un sustituto: el papel, sobre todo para fanzines y publicaciones como éstas, sigue teniendo... un innegable encanto».