Maximiliano sueña a menudo con holocaustos zombies. Cada noche sus sueños se llenan de mutilaciones y camisas rasgadas. Normalmente nunca muere y siempre sale victorioso por la mañana. A veces tiene que rescatar a alguien de las dentelladas de un no muerto, otras se abre paso a golpes de bate de béisbol en callejones sin nombre y sin luz…
Maximiliano es el héroe de sus sueños. Se despierta cada día con las sabanas limpias, sin salpicaduras de sangre ni seres de ultratumba acechandolo detrás de las puertas. No existen los sobresaltos a las cuatro de la madrugada. No existe el horror reflejado en sus hermosos ojos… De hecho, no hay nada ni nadie en su habitación a altas horas de la madrugada.
Esta mañana decide bañarse en la playa antes de que acuda toda la marabunta habitual. Maximiliano vive cerca de la playa, en caso de sufrir un holocausto podría correr hasta el amarre y salir a alta mar en un barco. Pero no es así, la vida corre tranquila en su barrio, aunque en el camino de su casa a la playa no se cruza con nadie. El sol brilla con demasiada furia, no hay coches en la calle, ni gente, ni gatos enroscados debajo de los camiones.
Extiende la toalla. La playa esta vacía. Son las diez y diez de la mañana.
El rumor de las olas le obligan a cerrar los ojos. Las calles sin alma no le quitan el sueño. Tiene la conciencia curtida después de tantas secuelas de holocaustos zombies acontecidas a altas horas de la noche. Sueño. Duerme. Carne muerta deambulando bajando a la playa…
Se despierta de un sobresalto. Esta vez los sueños han podido con el. El héroe de su inconsciente se ha tomado un descanso. Esta vez han ganado los no muertos. El sol sigue sonriendo con salvajismo. Al parecer quiere arrancarle la piel a los pocos bañistas que se han acercado a la playa…
Se levanta, se dirige al agua, se zambulle y se acuerda de una escena de Zombie II, donde un tiburón es atacado por un no muerto con la camisa por fuera. Saca la cabeza del agua, la playa cada vez esta más llena de vivos que presencian mutilaciones en las carnicerías casi a diario y que digieren bien los alimentos frente al televisor. La humanidad en constante guerra mientras masticamos entre veinte y treinta veces por bocado.
La muerte y la digestión se unen tres veces al día para recordarnos que estamos vivos.
Maximiliano se seca al sol y recoge sus cosas. Vuelve a casa cruzándose con otros bañistas. Parejas de mediana edad, chicas guapas con sandalias de moda, hombres solos de dudosa condición sexual… todos acuden a presenciar la gran barbacoa humana, hasta que su piel caiga a tiras y sus estómagos reclamen comida.
Entonces la playa será lo más parecido a uno de los sueños de Maximiliano.
Ricard Millás, del blog Palabras en la cuneta.
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