Poemas con fiebre que se disparan a intervalos. Me pongo el termómetro en la apoplejía de un pensamiento lapidado por un futuro repleto de cerveza caliente y piernas interminables. Hazme sonreír, dame tu voz y mírame, sobretodo mírame con esos ojos que encierran un estanque lleno de descargas eléctricas. Cresta punk y cigarrillo en los labios: amor venenoso bailando la danza de unos pies que no se detienen. Esa eres tú, surfeando en una cuchilla detienes el tiempo con el interminable baile de tus piernas.
Escribo lo que para mí es la harmonía musical de las palabras, disparo vocablos sin remedio que se matan a arañazos en una habitación con vistas al reformatorio. Mirándome desde abajo me enseñas el dedo corazón y desafías la verdadera mezquindad de un loco con unos vaqueros rasgados.
Aquella noche rompimos la cama y nos mordimos el cuello repetidas veces.
Tú conmigo.
Yo contigo.
Hicimos el baile de la muerte en las sabanas arrugadas. Danzando al golpeteo de un bastón dictador firmamos un contrato en el infierno. Escribimos poemas que agujereaban las paredes. Tu pluma, una metralleta salvaje en mitad de la jungla. Mis palabras, un pozo de perdición y éter. Rogamos al Dios de las cabezas huecas que nos dejaran un lugar en su firmamento. No queremos formar parte de la historia, necesitamos ser la historia. Pero no podemos, los cobardes huyen de la guerra para participar del momento escribiendo al ritmo de una bomba que destroza sueños y automóviles recién estrenados. Somos el futuro tendido en un colchón usado. Los libros no nos dejan formar parte de su pasado, ni de su presente. Nos invitan a arrojarnos al abismo de un futuro terrible y a la vez hermoso.
Labios, besos, cuchillos centelleando al sol en el horror de un maullido sin dueño.
Escribo lo que para mí es la harmonía musical de las palabras, disparo vocablos sin remedio que se matan a arañazos en una habitación con vistas al reformatorio. Mirándome desde abajo me enseñas el dedo corazón y desafías la verdadera mezquindad de un loco con unos vaqueros rasgados.
Aquella noche rompimos la cama y nos mordimos el cuello repetidas veces.
Tú conmigo.
Yo contigo.
Hicimos el baile de la muerte en las sabanas arrugadas. Danzando al golpeteo de un bastón dictador firmamos un contrato en el infierno. Escribimos poemas que agujereaban las paredes. Tu pluma, una metralleta salvaje en mitad de la jungla. Mis palabras, un pozo de perdición y éter. Rogamos al Dios de las cabezas huecas que nos dejaran un lugar en su firmamento. No queremos formar parte de la historia, necesitamos ser la historia. Pero no podemos, los cobardes huyen de la guerra para participar del momento escribiendo al ritmo de una bomba que destroza sueños y automóviles recién estrenados. Somos el futuro tendido en un colchón usado. Los libros no nos dejan formar parte de su pasado, ni de su presente. Nos invitan a arrojarnos al abismo de un futuro terrible y a la vez hermoso.
Labios, besos, cuchillos centelleando al sol en el horror de un maullido sin dueño.
Ricard Millàs
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