lunes, 31 de enero de 2011

martes, 25 de enero de 2011

YO VENGO DE...


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Pí pí Kuá kuá
Pí pí Kuá kuá
Pí pí Kuá kuá
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Pápa pápa kuá lá
Pápa pápa kuá lá
Papá pápa kuá lá
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Bú lu lu lu lu.........................................
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Vengo de Plutón.
Soy hijo de Plutón.
Y me llamo Plutonio.
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Jon Andoni Goikoetxea, Baracaldo, Euskadi.

lunes, 24 de enero de 2011

Sigue el Plan 9 del espacio exterior



¿Somos nosotros ellos?
¿Nos gobiernan los Reptilianos?
¿Estamos en la fase final de la abducción?

Todos los secretos serán desvelados

...

domingo, 23 de enero de 2011

Pamplona, estamos allá-


Pamplona Nuevo PUnto de VEnta---

Lugar: ME QUIERO VIVIR
calle: Plaza del Castillo 38, CP 31001

Además de los VInalias enviamos el siguiente material...

Verraco Salvaje de Hvaldez, 40 Albóndigas supercongeladas de Rodrigo Moreno, Textos Finales de Leopoldo Siri, Antología poética para una política de las Luciérnagas de Antonio Orihuela, Polyfonías de Mark Solborg y Peter Wessel, Tributo a Fonollosa, 2000 mgs, Caldo de pollo para el Gato...

miércoles, 12 de enero de 2011

EL FIN DEL MUNDO DE RESACA


Era un domingo por la noche. Me había acostado hacía sólo unas horas, después de un día horrible.

El sábado me emborraché a base de bien, ¿qué otra cosa podía hacer? ¿Salvar a las ballenas? En fin, pensé que a lo mejor ese día conocía a la mujer de mis sueños, no fue así y me vi en un antro de música disco a las ocho de la mañana, rodeado de pijos y maleantes, borracho, mirando a mi alrededor y desplazándome entre sus cuerpos como un animal confuso.
Me encontré a dos amigos en idéntica situación, uno de ellos también era un borracho así que no era raro encontrarlo en esos ambientes a esas horas, el otro no acostumbraba a estar por ahí, pero le había dejado la novia, tras cinco años, y ahora salía siempre y bebía hasta el amanecer, es lo que tiene el amor cuando se va. Nos saludamos efusivamente y nos pedimos unas copas, invitaba el soltero reciente. No teníamos gran cosa que decirnos y aunque la tuviéramos la música estaba demasiado alta así que nos quedamos ahí, apoyados contra la pared, mirando los culos y tetas que pasaban ante nosotros. Había unas cuantas chicas que no estaban nada mal, pero en el garito el índice de penes era bastante alto y la cogorza imposibilitaba cualquier intento de realizar una danza de cortejo medianamente decente, nuestro plumaje era lacio, nuestra conversación balbuceante.
Terminé la copa y decidí que alargar la situación por más tiempo era un absurdo, la noche había acabado, yo había perdido. Además tenía comida familiar unas horas más tarde y no quería ir de empalmada.
Dije que iba a mear y desaparecí de allí sin despedirme, dar esquinazo era mi especialidad, era un maestro en dicho arte.
Conseguí llegar a mi cochambrosa habitación de alquiler y me tumbé en la cama, me dormí enseguida.
Cuatro horas después sonó el despertador, me sorprendió gratamente no encontrarme demasiado mal. Me vestí y me eché agua en la cara justo cuando recibía una llamada de mi madre para informarme de que estaban abajo esperándome en el coche. Bajé y me monté en el asiento de atrás, delante iban mi madre y mi hermana.
- ¿Qué tal?
- Bien.
- ¿Has dormido?
- Un poco.
- Pufff.....Como hueles a alcohol.
- Me tomé un par de cervezas anoche.
Salimos despedidos de allí rumbo al pueblo de mi otra hermana, donde nos esperaría una sabrosa barbacoa familiar, y así fue, tras un viaje de aproximadamente una hora con el sol cegador bañando mi resaca.
Una vez allí mi cuñado se encargó de la barbacoa, le gustaba hacerlo. Prometeo le había dado el poder del fuego a él. Por mí estupendo. Mis sobrinos pequeños corrían y gritaban. Yo empecé a darle al vino y al chorizo frito, lo cual me embotó definitivamente mi maltrecho cerebro. A medida que avanzaba la tarde noté el efecto de los excesos, no estaba muy hablador, me disculpé ante la familia aduciendo una "mala noche".
Terminamos de comer y me tumbé en una hamaca del jardín, conseguí pestañear un poco, la familia seguía de tertulia y siguieron y siguieron hasta el anochecer.
Nos despedimos unos de otros y volví a montarme en el coche con mi madre. Estaba destrozado y no me apetecía otro viaje de una hora hasta el cuartucho así que le dije si me podía quedar en su casa, por supuesto accedió, incluso se ofreció a prepararme una sopa caliente, benditas madres.
Tras ello por fin vi la posibilidad de descansar un poco, había sido un fin de semana ajetreado, con poco sueño y mucha locura, ahora podría dormir unas buenas horas tranquilamente antes de enfrentarme de nuevo a una semana de trabajo infernal en la fábrica de embutidos, con su interminable desfile de barras de choped, una tras otra, normales y con aceitunas, hasta el fin de los tiempos. ¡Qué vida esta! ¡Qué sin sentido! ¿Cuándo acabaría todo?.
Nunca pensé que la respuesta iba a estar tan próxima.
Me había acostado hacía sólo unas pocas horas, la cama del chalecito de mi madre era mucho más cómoda que la de mi cuartucho de alquiler así que me había dejado envolver por su comodidad a la espera de un sueño largo y reparador, pero me despertó ese extraño sonido, era como la sirena de una ambulancia pero mucho mas grave y potente, era tan grave que hacía vibrar las paredes, además sonaba por el aire, como si se moviera en el cielo. Me desperté confuso y con dolor de cabeza, no sabía bien dónde estaba, miré a mi alrededor y caí en que era la casa de mi madre, me froté el ojo derecho.
Volví a oír ese sonido, la pared vibraba, empecé a oír ladridos de perros por las calles. ¿Qué sería aquello? ¿Quién sería el cabrón de montar tanto escándalo a esas horas? Era como cuando pasa alguien con la música del coche exageradamente alta en mitad de la noche haciendo vibrar todo a su paso, pero esto venía de las alturas. Volvió a sonar.
"Me cago en todo" pensé arrojando furioso la sábana hacia atrás. Me incorporé y me rasqué el culo metiendo la mano dentro del calzoncillo, caminé tambaleándome hasta la ventana. No podía ver nada ya que había bajado la persiana. Volví a oír la extraña sirena y los ladridos de perro, la pared volvió a vibrar, levanté un poco la persiana y miré afuera. No vi nada, miré a derecha e izquierda, nada.
De repente suena otro zumbido y lo veo. Dos extraños objetos pasan volando por encima de la casa de enfrente. Dos jodidos objetos cilíndricos volando por el aire, del tamaño de coches, pasan a toda velocidad y desaparecen. No puedo creerlo, ¿estaré soñando? ¿Estaré pedo? Subo por completo la cortina y abro la ventana, los ruidos aumentan, muchos más ladridos de perro, se empiezan a oír gritos humanos, oigo un ruido de cristales rotos.
Entonces vuelven a pasar delante de mí los objetos a toda velocidad, me caigo de culo debido a la impresión, no puede ser, esto no es real, no es real. No sé cómo reaccionar, estoy ahí, sentado en el suelo en calzoncillos. Los ruidos aumentan a un ritmo vertiginoso, gritos, cosas que se rompen. "Por fin ha pasado, me he vuelto loco. !Eso es! Abusé demasiado de las putas drogas, todo ese LSD hace años, me lo dijeron y no quise creerlo, pero ahí está, he perdido por completo la cabeza, mi cordura se fue por el desagüe, en realidad estoy tumbado en un hospital y todo esto es producto de mi mente enferma"
Los objetos volantes pasan por entre las casas, no los veo porque sigo sentado en el suelo pero sus haces de luz iluminan cada poco la habitación y los zumbidos me rodean, en ese momento se abre la puerta de la habitación, es mi madre, en pijama y con la cara descompuesta.
- ¡¡¡Dios mío, ¿qué está pasando?!!!
- No lo sé.
- ¡¡Nos atacan!!
- No mamá, esto no es real, estoy loco.
- ¡¡Nos atacan!!
Oigo un estruendo tremendo y noto un temblor, me incorporo y miro la ventana frente a mí, el edificio de enfrente se está derrumbando, como en una demolición controlada, simplemente se derrumba, estaba ahí y en un par de segundos ya no está ahí, la enorme nube de humo entra en la habitación, nos rodea, ya no se ve nada, tosemos, noto la mano de mi madre apretándome el brazo, clavándome las uñas, para ser una alucinación el dolor es terriblemente real.
Agarro a mi madre y la saco de la habitación, cierro la puerta tras de mí, intento pensar, reaccionar, mi madre grita.
- ¡¡¡Dios santo, ¿qué hacemos? ¿Qué hacemos?!!!!
- ...........
- ¡¡¡¿Qué vamos a hacer?!!!
- ¡¡¡Calla coño!!!
Mi madre empieza a lloriquear, trato de calmarla, aunque yo tampoco estoy calmado.
- Tranquila, vamos al garaje.
- No, al garaje no.
- Hazme caso, vamos al garaje.
Bajamos corriendo las escaleras entre el humo, yo en calzoncillos y mi madre en pijama, nosotros, la humanidad, abro la puerta del garaje y la meto de un empujón, ella grita histérica.
- ¡¡¡Los animales, los animales!!!
- ¡¡¿Qué?!!
- Coge a los animales.
- ¡¡Mierda!!
Voy al salón y miro alrededor, ha habido suerte, veo al gato escondido debajo del sofá, me acerco a él y me bufa, le agarro de una pata y lo arrastro hacia afuera, lo agarro, él se aferra a mí, clavándome las uñas en la cara y el pecho, el dolor es real, muy real.
- ¡¡Maldito hijo de puta peludo, intento salvarte la vida cabrón!!
Al llegar al garaje me lo arranco de la piel y lo arrojo, corre a esconderse tras la despensa, yo sangro, mi madre grita, las paredes vibran, el suelo tiembla.
- ¡¡¡El perro, el perro!!!
- ¡¡Mierda!!
- ¡¡¡El perro, el perro!!!
- Vale, no te muevas de aquí.
Vuelvo al salón y llamo al perro, no contesta. Salgo a la entrada, el espectáculo es sobrecogedor. Varios objetos voladores pasan rápidamente por el aire sobre los chalets y edificios, la gente corre despavorida gritando histéricamente, hay humo por todas partes, ladridos de perro, alarmas de coche, un vecino pasa corriendo por detrás de la verja de entrada, nuestras miradas se cruzan por un segundo, veo el pánico en su rostro antes de perderse calle abajo entre el humo. Los cilindros zumban a mi alrededor, estoy alucinado, estoy dentro de una jodida película de serie B, no es posible, ¿dónde coño está el ejercito? ¿Por qué nadie nos ha avisado de nada? ¿Y dónde coño se ha metido el puñetero perro?.
Vuelvo dentro de casa, al entrar tropiezo contra un escalón y me jodo el dedo gordo del pie derecho. Voy a la cocina, abro un cajón, ahí está, el cuchillo de cortar el jamón, largo y afilado, lo cojo, también otros dos de cortar embutido, bastante grandes y amenazadores, pienso en Estados Unidos, siempre me quejo de ellos, pero si estuviera ahí tendría una puta recortada.
Vuelvo cojeando al garaje, mi madre está acurrucada en una esquina temblando.
- ¿Dónde está el perro?
- No lo se mamá, seguramente se ha largado.
- ¿Qué vamos a hacer?
- No lo sé, de momento toma esto - la alcanzo uno de los cuchillos del embutido.
- ¿Quiénes son? ¿Los árabes?
- No mamá, no lo creo.
Echo llave a la puerta y me auto encierro en el garaje junto a mi madre y el gato, enciendo la luz y busco algo que ponerme encima, miro entre la ropa sucia. Encuentro un pantalón azul del trabajo y una camiseta blanca con manchas de chorizo, también me pongo unas viejas botas. Fuera siguen los ruidos. Me pregunto qué estará pasando. Oigo un estruendo en la puerta de la calle, alguien ha entrado en casa, mi madre también lo ha oído, nos miramos aterrados.
Alguien golpea la puerta del garaje. No contestamos. De repente por debajo de la puerta empiezan a introducirse unos tentáculos de color verde, deslizándose, palpando el suelo, mi madre y yo estamos petrificados, el único que reacciona es el gato que empieza a bufar y se abalanza contra uno de los tentáculos arañándolo repetidamente, con movimientos rápidos y precisos como de boxeador.
- ¡¡¡No Tizón, fuera, fuera!!! - grito, empujando al gato con el pie.
- ¡¡¡Dios mío, ¿qué es eso?!!! - grita mi madre.
- Schhh, calla, no hagas ruido.
Pero me doy cuenta de que es inútil, ya saben que estamos ahí, el tentáculo se agarra con fuerza y arranca un pequeño trozo de puerta, luego otro, el agujero es de alrededor de un metro, veo tentáculos moviéndose.
Entonces oigo al perro, está tras la puerta gruñendo, se abalanza contra el extraño ser, gruñe e intenta morder los tentáculos.
El gato emite un bufido, se eriza aumentando su tamaño al doble y sale corriendo por el agujero atacando también al enemigo.
Entonces pienso en ello. Esos cabrones peludos que no levantan ni medio metro del suelo tienen unos huevos muchísimo mas grandes que los míos. Miro a mi madre, me acerco y le beso en la mejilla.
- Pase lo que pase no salgas.
- ¡¡¡¿Dónde vas?!!!
- Te quiero.
- ¡¡¡No me dejes sola aquí!!!
Agarro fuertemente con una mano el cuchillo jamonero y con la otra el del embutido, también me armo con un martillo que veo en el suelo, me acerco a la puerta. Abro.
Ahora los veo, tres seres de aproximadamente un metro y medio, dos verdes y uno violeta, de enorme cabeza y varios tentáculos a modo de pies, la mejor forma de describirlos es como una especie de pulpos gigantes. Nos miramos, nadie dice nada, miro fijamente al que tengo mas cerca, tiene los ojos grandes y completamente negros.
Levanto la mano y hundo el cuchillo del jamón en su cabeza, emite un sonido gutural, su cabeza es blanda, lo saco y hundo el cuchillo del embutido, me abalanzo sobre los otros dos, uno retrocede, de un certero mandoble le arranco media cabeza que vuela por el salón y aterriza sobre el sofá, voy a por el otro, emite un chillido agudo según me ve llegar, está asustado, yo no, estoy fuera de mí, estoy loco, soy un psicópata terrestre. Hundo el cuchillo del jamón en su ojo, remuevo, un tentáculo se enrosca alrededor de mi cuello, no me importa, con la otra mano voy cortando la cabeza del ser, hoy cenaremos pulpo.
Sólo ha durado unos segundos, me los he cargado a los tres, miro el estropicio, uno de ellos aún se convulsiona mientras lo muerde el perro.
No ha sido difícil, pienso en ello, no me han atacado con pistolas de rayos ni con sables de luz, ¿y si venían en son de paz? Bueno, que hubiesen enviado una carta, es como cuando ves una cucaracha enorme en tu habitación, quizás sea buena, limpian la suciedad y todo eso, pero cuando la ves de repente el primer instinto es matarla de un pisotón, quizás dentro de unas horas esté siendo juzgado por un senado intergaláctico por matar a unos inocentes embajadores, o quizás es simplemente que estos extraterrestres nos han subestimado.
Enciendo la tele del salón, paso los canales, ninguno emite nada, doy con uno que sí, son imágenes de aficionado, no hay locutor, ni rótulos, sólo el caos en la ciudad, llamas, objetos volantes, gente corriendo.
Abro el garaje, meto al perro dentro para que cuide de mi madre, me pongo un casco de obra que veo por allí y arrastro un mueble para ponerlo delante de la puerta, le digo a mi madre que no se preocupe, que tengo que salir a ver qué pasa, que no tardaré, ella llora.
En la calle se siguen oyendo gritos humanos, me miro al espejo, la verdad es que no tengo el aspecto de un soldado salvador de la humanidad, más bien parezco un peón de albañil psicópata.

Sigo mirándome al espejo, hoy me he librado de la fábrica de embutidos, esbozo una sonrisa, "puede que esto esté bien", y salgo al exterior.
 
 
Carlos Salcedo Odklas

lunes, 3 de enero de 2011

ROMPER LAS BARRERAS por Ekaitz Ortega.


Alcanzar el final de sus meditaciones llevó cuatro semanas en las que se alimentó de pasta y arroz, utilizando agua y vodka -siempre a partes iguales- para empujar la comida. Marcaba el horario de las comidas por los breves intervalos sobrios que pasaba, en los que se veía capacitado para manejar el brasero sin hacer peligrar su vida ni la del edificio. Junto a la mesa de trabajo se acumulaban a un lado montones de hojas desordenas, todas escritas a mano; y al otro decenas de bolas con borradores y restos de escupitajos. Iba al baño una vez al día, normalmente se dormía nada más sentarse. Los días y las noches pasaban tras la persiana, dibujando rayas que recorrían su cara a ritmo cansino y apenas imperceptible para él. Cuatro años llevaba pensando en el proyecto. Tenía treinta y cuatro años y siempre volvía al número cuatro, estaba obsesionado con él. Cuando el opio le demostró las puertas que podían abrirse en la realidad comprendió que haber sido el primero de su promoción en cuatro carreras distintas era la llave que precisaba para ser capaz de desentrañar tanto secreto. De niño soñaba que las mujeres poseían un pequeño rabo que salía de sus ombligos y utilizaban para peinarse unas a otras, desnudas, en silencio. Le perseguía aquella imagen. Comprendía que el mundo no funcionaba como afirmaban, que realmente le ocultaban algo. Normalmente soñaba raro. Pensaba que los demás podían leer sus pensamientos y por eso fracasaba cuando intentaba socializar con los demás. Tras su espalda tenía un radiador al que daba cuerda al sentir el frío. No podía pensar si no iba vestido con camiseta de tirantes y pantalones cortos, su cerebro no funcionaba de otro modo. Había sido previsor: comida de sobra, bebida, papel, lápices y bolígrafos... poco más necesitaba para subsistir. Arrancó el teléfono de la pared al cuarto día, sentía que la ruleta numérica se reía de él. A veces llevaba sombrero de ala ancha. Pintaba círculos con la mano izquierda cuando le dolía la derecha de escribir. A las cuatro de una madrugada de septiembre se dio cuenta de que no era capaz de transformar las teorías en realidad, el mundo exterior carecía de los bordes necesarios. Maldijo por primera vez. Después trasladó su concentración a la posibilidad de entrar en la realidad de las hojas de cuatro esquinas, convertirse en teoría, o en las letras capaces de desenvolver aquellas hipótesis y crear un puente entre realidades: una cuarta dimensión. Lanzó su segunda maldición y empezó a llorar y arañarse la mejilla hasta que lágrimas y sangre se fundieron en la canosa barbilla. Fracasado, eso sería siempre, sus padres tenían razón. Tanto libro para nada. Rey de las teorías inservibles. Si pudiese buscar otra energía distinta al carbón, si los raíles quedasen desfasados por otro medio de transporte más rápido que él inventase, entonces podría ser útil y dejaría de lado aquella vida buscando las aberturas. Pero él y sus teorías estúpidas... en fin. No más realidades ni matemática, no más música silenciosa del pensamiento. Saldría de casa y buscaría cuatro mujeres que lo quisiesen. No pararía hasta encontrarlas. Se vistió con pantalones largos, que se puso sobre los cortos, y una camisa color corcho y salió a la calle. Fue pisar el primer escalón y caer rodando durante los sesenta y cuatro empinados escalones siguientes. Cuando su malherido cuerpo descansaba sobre el barro un caballo pasó sobre él, destrozándole huesos y órganos, después el carro que arrastraba cargado con un cargamento de muelles, cuatro mujeres que jugaban con una cometa y, finalmente, un tanque de catorce toneladas teledirigido por un niño resfriado. Así murió el hombre más lúcido del planeta.


Ekaitz Ortega
 
Ilustración by Charles Burns